El salió de su pequeño estudio del segundo anillo, un antro que habitaba desde un golpe de suerte unos años antes, los antiguos propietarios, ahora seguramente en algún lugar en la fria Siberia, le habían contactado para ofrecérselo gratuitamente a cambio de tenerlos al corriente si alguna vez la policía química se pasaba por allí preguntando por una pareja de fugitivos con algunas muertes cómo delito. Cualquiera en su situación habría aceptado sin dudarlo, era al fin y al cabo un lugar para vivir, no tenía permisos de circulación, mucho menos permisos para arrendar, portar dinero o trabajar, solo le quedaba esconderse y sobrevivir como pudiera.

Aunque el trayecto para verla se podía hacer en una mañana utilizando el tren de pasajeros, le tomaría algunos días hacerlo a pie, lo sabía, caminando al lado de las vías, intentando no ser visto. La agencia de control químico ACQ le daría a ella sentencia a la una de la tarde del Jueves, en un proceso ya conocido y falto de emociones que se había implementado con la llegada hace unos años de las “enfermedades por contacto químico”, nadie hasta entonces se habría imaginado que el simple hecho de estar cerca de una persona “complementaria” desencadenaría un efecto letal a nivel atómico causado por el encuentro, una muerte lenta y contundente para los desafortunados que por casualidad se encuentren cerca de ellos (es decir, si dos complementos se encontraban, morían todos a su alrededor).

Ahora era una enfermedad aborrecida por todos, una verdadera plaga, como si una mente macabra y juguetona hubiera remplazado en maldición lo que alguna vez se llamaba amor añadiendo ademas el hecho irónico de que las dos personas “reactoras” sobrevivían inmunes a su propia reacción que acababa con cientos de personas en tan solo algunas horas, las personas complemento eran ahora identificadas y separadas por policías, puestos de control y aislamiento de pueblos y ciudades.

El imaginaba cómo ella esperaba su turno en una celda, recordaba su cabello, su mejor atractivo, que parecía crecer en su cabeza solamente para resaltar la belleza de sus ojos grandes y claros, su cabello era entonces, algo tangible, real y alcanzable  que él soñaba con acariciar mientras la miraba a los ojos, que en cambio eran inalcanzables, como el mar que se ve a traves de una ventana y que por mas que se quiera se podría navegar pero nunca conquistar. Tales atractivos solo podían pertenecer a un rostro de facciones infantiles y traviesas, solo unas cuantas muestras de vejez confirmaban que era una mujer sabia, pensativa y de pocas palabras, fué esa mujer quien, como un rio de murciélagos saliendo de una cueva golpeándose unos con otros, lo sacudió de repente, por un momento la imaginó niña, mujer y anciana, y él se imaginó compartiendo tiempo con ella, poco o mucho tiempo, pero con ella.

Fué lo que él sintió el día que la vio alejándose en un tren rumbo a alguna ciudad del Oeste, justo antes de que la reacción química acabara con cuantos estaban cerca, su instinto lo hizo correr y esconderse, dejando atrás algunas decenas de muertos y agonizantes. Ahora evita cada inevitable radio control obligatorio al entrar en edificios del gobierno, bancos, centros comerciales y empresas grandes, sabe que si lo descubren, no solo será castigado por huir, sino aislado, alejado, como pronto le pasaría a ella, quien se vió como única sobreviviente cuando su tren llegó a su destino y ahora esperaba, como él lo había visto por el noticiero en el reporte de “agentes reactivos” condenados que serian esa misma semana trasladados a alguna isla cerca de Groenlandia, solo el frio y el aislamiento reducía en algún grado las masacres humanas causadas por el simple encuentro de dos compatibles.

Con un egoísmo infinito, él pronto cumpliría eso que se propuso como simple único objetivo, verla de nuevo.

cuentos cortos: un rio de murcielagos
(Visited 198 times, 1 visits today)

Want to leave a comment?

comments